Aun hoy, a los 60 años de su muerte existen certeras contraseñas y entrañables complicidades para dirimir, por la vía de la historia no oficial, algo que para los argentinos nunca estuvo encuesti6n: Gardel no entra en discusión, es el gran sobreentendido porteño. Como en las más severas biografías, cualquier vida, en su más genuina desnudez, nunca es enteramente publicable. La neblina intencionada con la que Gardel se inscribió en la leyenda, refuerza la Vieja idea de que no hay Dios sin misterio.
A Carlitos no se le censa ni se lo cuestiona, probablemente porque cada día -mal que le pese- canta mejor. Obligado por la atroz circunstancia de una ausencia de lideres indiscutibles, Gardel es hoy el santo y sena nacional, la entidad que no se discute, la posibilidad final de una coincidencia mínima, módica, una hilacha o un retazo de acercamiento, a la distancia, a un intuitivo globalizador de no resueltas cuestiones argentinas.
Ha pasado largamente el medio siglo y el país sostiene calamidades parecidas, con un aire de familia que no son siquiera flamantes y que, por lo menos, nos, abruman. Con la cerieza de tanto bronce inútil, es sostenible que nos aferremos a aquel Gardel de entrecasa y por algo será.
Gardel codificó el tango, pero no estamos mencionando precisamente al cantor. ¿Soportaría un Gardel centenario, poblado de arrugas y con la sonrisa desalojada, las exigencias térmicas de esta ciudad nueva? Podría repetir, el morocho robusto, las exigencias del nuevo "physique du rol"? Sus soportes ya no existen. Ni la palabra, ni el honor, ni el amor, ni los escrúpulos han podido persistir y hasta el machismo es una institución absolutamente discutible. El cuestionamiento seria obvio Si su lugar hubiera sido ocupado por otro emblema.
Encastrado en los soportes informativos habituales, poco es lo que queda por sumar: Gardel sobrevive porque ha sido el sueño colectivo de varias generaciones de argentinos que se sienten participes y protagonistas de aquella epopeya personal. El Gardel de hoy nos es ya un sustantivo, y por una inédita pirueta de la gramática quedó en adjetivo que califica a lo inmejorable, punto final para cualquier posibilidad de disenso. Es un tic nacional.
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Canta siempre mejor por simple oposición. Pero canta lo mismo, una insolvencia de la que seguramente hubiera desertado. Nada es digno de ser contado y cantado Si omite deliberadamente la realidad. Por ahí debe andar la respuesta a la permanencia gardeliana. Entre los hierros de la catástrofe de Medellín, en el '35, murió una voz intacta e invicta. El Gardel doméstico está vivo.
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